Hilda García
06/07/2012 - 12:01 am
Tolerar… tolerar
“No queremos que regrese el autoritarismo con el PRI”, dicen unos y otros. Este es un deseo muy válido para una sociedad contemporánea y que se dice democrática. Y yo tampoco deseo un sistema autoritario y dinosáurico como el que tuvimos. Pero ojo, es gracias al disenso de unos que se ha construido la democracia […]
“No queremos que regrese el autoritarismo con el PRI”, dicen unos y otros. Este es un deseo muy válido para una sociedad contemporánea y que se dice democrática. Y yo tampoco deseo un sistema autoritario y dinosáurico como el que tuvimos. Pero ojo, es gracias al disenso de unos que se ha construido la democracia mexicana… Políticos, líderes ciudadanos, periodistas, profesores se han opuesto a los sistemas. De ahí que de a poco vayamos avanzando. Pero aún así me cuestiono ¿es qué acaso el autoritarismo se fue por completo cuando perdió las elecciones en el 2000?
Cuando los mexicanos hablamos del autoritarismo y hasta del clasismo, somos claros en darle esas características al gobierno o a un partido. En nuestro incipiente sistema democrático los vestigios totalitarios prevalecen no sólo en el PRI, sino también en el Partido Acción Nacional y hasta en el Partido de la Revolución Democrática. Pero el autoritarismo no sólo está en los partidos, tristemente está muy enraizado en nosotros los mexicanos, en los ciudadanos de a pie que charlamos en un café o ponemos un mensaje en nuestro muro de Facebook o tuiteamos alguna frase hiriente tratando de ser sarcásticos o graciosos.
Desde que se acercaba la elección, era común escuchar conversaciones tales como: “Eres un pendejo. Como vas a votar por AMLO. Ese tipo es un Chávez en potencia y hasta peor”, “¿La Chepina? No, hombre, la pobre no sabe más que cocinar”, “¿Cómo se te ocurre darle tu voto a la corrupción y al narco. Peña Nieto pues está muy carita, pero es bieeeen pendejo”.
Todas las anteriores son opiniones válidas en tanto que vivimos una democracia o estamos aprendiendo a ejercerla. Estamos en una democracia en vías de desarrollo, pues en realidad no habíamos vivido ni siquiera la alternancia en el poder sino a partir del 2000. Pero la democracia no es sólo un voto, ni cambiar de partido, mucho menos querer la unanimidad de ideas o dejarlas en el marco de las superficialidades y sin aportar nada al debate.
La democracia se debe vivir todos los días en el marco de la política, de la administración pública, de la transmisión de la información, de las aulas y hasta en las casas.
El intercambio de ideas que una sociedad democrática exige debe ser abierto, inteligente, claro y con la capacidad para argumentar. Pero todo se ha transformado en un “bullying político” de las más diversas formas.
México ha transitado de un sistema prácticamente de partido único a uno de partidos. De un partido dominante por 70 años a la alternancia del poder, al menos los últimos 12 años.
A la vez, México es hoy en día un país que intenta de terminar con el clasismo y el racismo a través de instituciones que permiten la diversidad y el ser diferente. Antes, ni siquiera teníamos quién protegiera a grupos minoritarios o con capacidades diferentes.
Todos esos alcances se han logrado hoy en día porque hubo disensos, porque la gente se opuso a seguir igual o en un sistema autocrático. Sin embargo, aún no logramos llegar a la tolerancia que debe vivirse en una democracia.
Poco antes de la elección y más ahora pasada la jornada electoral la gente se insulta y agrede en cafés y en sus propias redes sociales. Son comunes los ataques y respuestas sin sentido, sin tolerancia.
En el marco jurídico de la democracia la tolerancia es una expresión ética. Es un principio y un valor que permite la opinión de cada individuo. Es un principio básico que debe garantizar la capacidad de expresar puntos de vista diferentes y terminar con los “prejuicios” de clase, de capacidades, de color, de género, que tanto daño hacen a cualquier sociedad.
La tolerancia es el eje básico de una controversia política en un esquema democrático, por lo tanto todos tenemos derecho al disenso. Y en el disenso, en esa capacidad que el mismo derecho nos da de pensar, actuar y votar diferente, también existe el derecho a impugnar, el derecho a exigir, a debatir y a tener una opinión contraria. Y si aceptamos el disenso, aceptamos la diferencia. A partir de ahí es que se deberían buscar soluciones o los beneficios de la mayoría.
La intolerancia surge cuando al de enfrente lo vemos como nuestro enemigo. Cuando pensamos con arrogancia y prepotencia de tener La verdad rompemos cualquier visión democrática en la vida cotidiana.
Si se votó por uno u otro partido, si se impugna, si se disiente o se opone, abrimos espacios a la democracia.
Pero cuando sólo con insultos, dogmas o fanatismos queremos desaparecer los disensos, que no son otra cosa que actuar y pensar diferente, podemos llegar a cualquier forma de autoritarismo incluso el del ciudadano, no necesariamente de gobierno o de partido. Esto, por supuesto, anula cualquier convivencia mínima de vida democrática que depende de donde venga refleja un abuso en el poder.
Querer que nuestros conciudadanos, nuestros amigos o familiares piensen como nosotros es no aceptar la diferencia ni la opinión de un contrario.
Respetemos el derecho de la gente a votar por el PRI si lo hizo en su libre juicio y de acuerdo con su interés democrático, pero también respetemos el derecho que tiene la gente a opinar sobre la compra de votos, respetemos a la persona o grupo que impugna un resultado, una ley. Esto también es parte del ejercicio democrático, de poder corregir nuestros errores como sociedad que avanza en su moderna democracia.
Aprender a ser tolerantes y permitir que nuestro ejercicio democrático se expanda es demostrar la madurez que la política cotidiana nos exige, de lo contrario, todos terminaremos convertidos en la expresión autoritaria de ese dinosaurio que no deseamos que vuelva.
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